Microcuentos
Laberinto de
emociones
El laberinto de callejones se alzaba hasta donde sus ojos
podían ver. El miedo le nublaba la vista. Intentaba apartar los pensamientos
terribles de lo que pasaría si aquello lo alcanzaba. El gemido con tono de toro
le heló los huesos. Empezó a correr entre aceras y escalas que se intercalaban
mientras se hacían eternas. El desespero lo llevó a no notar la cuerda que
recorría el laberinto. Sus dioses lo habían abandonado. Solo le quedaba salir
de aquellas calles en la comuna. Más fue su suerte cuando el minotauro cruzó la
frontera que no podía pasar. ¡tas! Sonó un tiro.
Huella floral
Silbando iba un señor. Caminaba por las calles con temor.
Palpaba con sus dedos la figura en las paredes en las que posaba sus manos. El
silbido rebotaba en los espacios huecos de las construcciones. Así sabía dónde
moverse. Tenía los pies en llagas y la cara enrojecida. Se paró en medio
de la avenida y cerró los ojos olvidados en el tiempo, la bulla de la multitud
le alegro el alma, el aroma primaveral le confirmó que había llegado. Quería
hacer el recorrido por última vez. Avanzó hacia el desfile, con sus flores en
la espalda.
Ángel de parranda
Un ser alto, andrajoso, y mal oliente, con alas tan grandes
que al pasar sobre las casas dejaba su sombra, cayó desmayado mientras volaba.
El terreno donde se desplomó parecía baldío, fue una suerte para la ciudad, era
el único terreno sin casas, ni edificios, sólo una larga pista en medio del
valle. Todos se asustaron al verlo. Este al abrir la boca y exhalar, reboso el
lugar, con un aroma a aguardiente. Estaba dormido, en medio de la pista. Su
placer no duró, un avión aterrizando, le rasgo el muslo y lo hizo alzar alas e
irse volando.
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