Debajo de la luz de lo que no podemos ver

El viento me golpea la cara. Miro a ambos lados y lo único que veo es arena. No sé en qué momento llegué aquí. Todo fue tan rápido que me pareció un sueño. Es raro. Siempre detesté la vista de los edificios, pero estando aquí en medio de la nada los extraño, así como extraño el atardecer de las 6, las estrellas de las 10, o cuando tomaba a las 12 un café que casi siempre me ayudo a desvelarme y era cuando más emocionado me sentía de estar despierto; cuando quedas solo en medio de la nada te das cuenta de todo el valor que tienen las pequeñas cosas, que siempre la señora de la casa de al lado les echaba una ojeada a mis plantas cuando regaba las suyas porque yo las olvidaba al pasar corriendo al trabajo; que los niños de mi vecina siempre me pedían monedas para comprar dulces aunque no las usaran para eso porque las guardaban en una caja en donde las ahorraban para comprarle algo a su madre.

Sí, fui cómplice de la felicidad, ¡pero vaya si ahora todo se ve lejano! Pareciera que el tiempo me hubiera golpeado de gravedad, que en un instante se me hubiera abalanzado de frente con rabia y de un tajo me hubiera arrancado de la realidad. Quisiera escuchar al menos el ruido de un motor, de un carro pasando por la avenida, del tranvía tocando su campana, sentir que estoy en el lugar al que pertenezco y no aquí rodeado de arena, de esta carrasposa arena que se mete en los zapatos, pica en el cuerpo y ciega los ojos. Cada paso que doy siento que me entierra y me arrastra hacia al fondo. Sin embargo, son esos recuerdos los que me dan el aliento para no dejarme arrastrar por la tormenta.

Quiero el viento de las 4 en ese puente, quiero su sonrisa a todas horas en la vida, quiero vivir por mí y por quien quiero.  No voy a dejar que la arena se me lleve ni los sueños ni la vida. Soy más fuerte que ella, soy un oasis en medio del desierto. Mi vida entera la guardo en la maleta y con la voluntad en mis pies, me llevo el terror por delante y lo voy dejando atrás. Pasos y más pasos retumban en mi cabeza, pasos hacia allá, hacia eso que se ve lejano y brillante. Siempre viví rodeado de luz y ahora que la perdí he decidido salir a buscarla de nuevo. Quiero el consejo de un amigo, el abrazo de mi madre, la lealtad de una mascota, quiero ser feliz con lo simple porque ahí está la magia.

Cuando caí aquí, la resignación con lo que ocurría estuvo a punto de atraparme. Estaba perdido. Caí en un coma de desespero en donde todo se apagó. ¿Qué me salvó?: la vida. Desperté con agua en mi termo, una maleta llena de comida y con todos estos recuerdos de lo bonito que es creer que en cada cosa hay un poco de irrealidad —y fue eso lo que me trajo hasta aquí buscándole el fin al desierto, dejando atrás hasta el último grano de arena, llegando de nuevo a mi lugar en el mundo que es allí donde el atardecer y el amanecer se combinan con los arreboles de su sonrisa—. Siento que el mundo corre más rápido de lo común, que en cada paso que doy cubro kilómetros, que detrás de cada horizonte hay otro, pero no me rindo. Sigo y sigo, tengo cosas allá que lo valen, que valen todo.

Siento que el aire es cada vez más denso, que estoy más cerca de algo. ¿De qué? No lo sé, pero lo siento, me llega como un saludo, como una venia, como algo a lo que se quiere con más fuerzas que a tu vida. Un paso, dos. Caen piedras. Estoy al frente de un vacío y no sé qué hacer. Llegué al fin del mundo para encontrar algo y aquí estoy sin nada. Miro hacia abajo y observo el rio que corre al fondo del cañón. De repente ahí en medio del caudal, están la sonrisa de los niños, las flores de la señora y los besos de quien amo, todos se encuentran ahí. ¿Cómo poder llegar a ellos? Anduve en cada rincón de este desierto para llegar aquí, en donde no hay más hacia adelante, y allí abajo esta todo aquello lo que me inspiro para seguir. Esto es por ellos y por mí, llegar a ellos es la respuesta. Voy en un camino que me lleva a la cima de la felicidad y cada uno de ellos hace parte de esa palabra que complementan con lo que son. Para poder subir donde están debo bajar más, debo vencer al vacío para llegar a la cima. No tengo miedo, tengo vida. Un paso y dos. Caigo.

Despierto. Ahí está mi mundo, mi realidad, su sonrisa, sus ojos en mis ojos, los niños en la calle, siendo cuidados por su madre como una leona cuida a sus cachorros. Los carros en la avenida que pitan sin coherencia alguna, pero que despiertan hasta al más incauto de los transeúntes. El sonido del agua que cae sobre las flores, siendo bañadas con el cariño que solo una señora con la palabra amor tatuada en el corazón lo podría hacer. Todo está vivo, todo tiene un ser y yo los escucho. Escucho los susurros de las almas en los lugares de la eternidad.
-Ed Laverde

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