Detrás del aliento

Recuerdo cuando vi tu figura al otro lado de la ventana.
Empañaste el vidrio, con tu aliento caliente, entre el frio que envolvía el ambiente.
No escribiste una palabra, sino un símbolo universal, del hogar de nuestra alma.
Yo solo te correspondí, con una sonrisa.
Se me olvido el vaivén de la avenida o el ladrido del perro de la casa de al lado cuando vio que sus amos ya volvían a casa. Se me pasó por alto el sonido del teléfono de un número perdido entre las calles sin rumbo que significan una llamada. No me importó nada, solo tu rostro dibujado en mi cara. Fue tan largo el instante, que sentí que nací y morí en medio de tus dos ojos, que viví una historia de amor en tu mejilla y que me ahogue en la comisura de tus labios.
Mis manos paralizadas, como si de un veneno mortal se tratase.
El deseo es una araña transparente que se posa en la base de la columna que te empieza a enredar sin darte cuenta, y cuando menos te lo esperas, tienes tu calma envuelta en medio de una fluidez de pasiones, que descontrolan la razón, y encuerdan la locura.
Cuando vuelvo a observar a la ventana, tu carita de brisa, se ha desvanecido con el viento. Aspiro hondo y suelto con el mayor de los esfuerzos, el aliento cargado de emociones que sale de mi interior, haciendo inmortal, la huella de tus dedos, que hicieron de un símbolo, un motivo de ser y estar.
El día ha vuelto a su rutina normal. Los carros hacen su ruido ensordecedor, al pasar pitando en el taco de la avenida. Me parece tierno el sonido del perro, que rompe la velocidad del mundo civilizado, y se impone con su voz en natural, en medio de la ficción de la tarde.
La ventana ha vuelto a su forma habitual. El vitral de ornamento que decoraba la parte superior se ha convertido en una baranda de madera vieja pintada de azul, los bordes de color oro, adornados con piedras preciosas  y envueltos en luz, han regresado a su color oxido del hierro golpeado por el tiempo, el olor a carmín se ha ido entre el humo de carbón y el corrosivo sabor sangre del metal. Bendita ventana llena de magia con tu presencia, perdida en las brumas de la simplicidad sin ti.
Añoro aquella pérdida de tiempo tan valiosa que era el verte allí, pululando con tus pies, en medio del baldosín cuadrado pintado de cerezos, que se llenaba de hojas secas en medio de septiembre, mientras escribías pedacitos de versos en tu libreta, en donde ponías con letras grandes y unidas “también en las flores marchitas hay belleza”.
Tengo miedo de la lluvia, que caiga sobre el piso y borre con su intermitencia las huellas en el pasto que dejaron marcados tus zapatos. No quiero que el viento olvide soplar tu nombre en mi balcón, mientras pase las horas mirando la puerta y contando las mariposas que salen volando del callejón, en donde hace un siglo nadie pasa, y ellas han hecho de el su mansión.
Cuantos suspiros más recorrerán la distancia entre el no saber de ti, y el quererte como si estuvieses. Miro la ventana de nuevo y al fondo, muy lejano, el sol, y detrás de él, tu.

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